Arlequín era un niño muy bueno. Todos lo querían y todos buscaban su compañía.
En aquellos días se preparaban los festejos de carnaval.
Los niños pensaban ya en sus bonitos disfraces. Las mamás cosían y probaban y probaban hermosos trajes de aldeanas, bailarinas, pajes, pastoras y payasos.
-¡Yo seré una dama antigua...!Tendré una peluca blanca y un traje de seda azul.
-¡Yo seré un pirata terror de los mares! Me taparé un ojo y llevaré un gorro negro...
-¡Si supieran que bonito es mi traje de payaso!
-Y tú, Arlequín, de qué te disfrazarás?
-Mis padres son muy pobres. No habrá disfraz para mí.
Un silencio, que fue pena, recibió este comentario.
Al día siguiente, cada amiguito llevó un trozo de tela para el compañero pobre. Aunque los retazos eran de distintos colores, Arlequín estaba contentísimo.
-Con todos estos pedacitos de telas, mi madre me hará un hermoso disfraz. Yo seré dichoso con él, pues cada color me recordará a un amigo.
El carnaval llegó con ruidos de matracas y colores de serpentinas. Arlequín lució el novedoso traje que gustó mucho a todos.
Tanto que fue proclamado "Rey del Carnaval".