Salvador seguía furioso y desconcertado. Lo primero que se le ocurrió fue que había sido víctima de una broma que no le causaba gracia, pero, sin embargo, el tema del revólver no era algo que pudiera tomarse con liviandad. No tenía que hablarlo con nadie, pero se sentía acorralado por una sensación rara de opresión.
-¿Te han robado algo?-le preguntó Dolores.
-¿Por qué?-contestó Salvador sobresaltado por aquella irónica pregunta.
-Digo… por la cara que llevas.
-Estoy cansado.
El viento comenzó a azotar las ventanas y la lluvia terminó por dar un marco a la inhóspita escena. Dos personas que supuestamente se habían amado tanto parecían dos extraños que ni se miraban a los ojos.
-¿Dónde está Mía y Roberto?.
-No sé, tú entiendes. Ellos son adolescentes, salen y no dicen dónde van. Así son. Hay que comprender a la juventud, no ponerse en contra de ellos porque terminas quedándote solo.
-No es así, a la juventud hay que ponerle límites; hay demasiado peligro en las calles. No se los puede retener pero tienes que hacer algo. ¡Mujer! ¡Por favor!, no te comportes con indiferencia. A mí ya no me obedecen.
-Deja que sean felices y no pongas obstáculos en sus vidas. Necesitan crecer a fuerza de golpes y experiencia.
Era inútil hablar con Dolores porque su frivolidad no le permitía ver la consecuencia de sus actos. No había madurado, seguía siendo la misma que hacía treinta años. Lo lamentable era que él siempre lo supo y que, conociéndola bien, se casó con ella.
A la mañana siguiente, Salvador comenzó a ordenar papeles en su negocio. Le dijo al empleado que atendiera a los clientes. Tenía la certidumbre de que llegaría a descubrir el misterio de la llave; sin embargo, algo le decía que ese episodio estaba cargado de violencia, de razones ocultas y de alguna confabulación en su contra. Tal vez, necesitaban que él desapareciera del entorno para ser libres y ocupar su lugar.
Salvador se estaba volviendo paranoico; ocultó papeles de compras de propiedades en lugares que ni él mismo podía recordar si intentaba buscarlos en algún momento. Es que pensaba que querían robarle a sus espaldas. Había perdido la confianza en su familia y de eso no se vuelve.
“El crimen perfecto no existe”, pensó.
En ese momento, entró Roberto con cierto desparpajo al negocio.
-Quiero ocuparme de los negocios.-gritó.
-Te he dicho una y mil veces que no, tú debes estudiar; prepara el ingreso a la facultad, si no te gusta economía sigue otra carrera. ¡El negocio lo manejo yo! ¿Está aclarado?
-¿Es broma no?-contestó Roberto con risa irónica.
-¡No!
-Si voy a heredar todo esto.
-¡Para eso tengo que estar muerto!-respondió Salvador con furia y luego se arrepintió de aquella inesperada reacción producto del enojo, del estrés y de todos sus problemas.
-En unos días, ¿no?- dijo Roberto y se marchó.
-¡Qué!
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Continuará...