"Mi padre se había casado en segundas nupcias
con doña Trinidad Candia Marverde, mi madrastra.
Me parece increíble tener que dar este nombre
al ángel tutelar de mi infancia.
Era diligente y dulce,
tenía sentido del humor campesino,
una bondad activa e infatigable.
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre doña
Trinidad Candia Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.
Oh dulce mamadre
-nunca pude
decir madrastra,
ahora mi boca tiembla para definirte...
Fui creciendo.
Me comenzaron a interesar los libros.
En las hazañas de Búfalo Bill,
en los viajes de Salgari,
se fue extendiendo mi espíritu por las regiones del sueño.
Los primeros amores, los purísimos,
se desarrollaban en cartas enviadas a Blanca Wilson.
Esa joven era la hija del herrero
y uno de los muchachos, perdido de amor por ella,
me pidió que le escribiera unas cartas de amor.
No recuerdo cómo serían estas cartas,
pero tal vez fueron mis primeras obras literarias,
pues, cierta vez,
al encontrarme con la colegiala,
ésta me preguntó si yo era el autor
de las cartas que le llevaba su enamorado...
No me atreví a renegar de mis obras
y como turbado le respondí que sí.
Entonces me pasó un membrillo
que por supuesto no quise comer
y guardé como un tesoro.
Desplazado así mi compañero en el corazón
de la muchacha,
continué escribiéndole a ella
interminables cartas de amor y recibiendo membrillos...
Esta vez dejadme
ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente
que soy feliz
por los cuatro costados
del corazón, andando,
durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle,
soy feliz...
Fui leyendo, enamorándome y escribiendo al paso
del tiempo, entre los invierno de Temuco
y el misterioso estío de la costa.
Muchas veces me han preguntado
cuándo escribí mi primer poema,
cuándo nació en mí la poesía.
Trataré de recordarlo.
Muy atrás en mi infancia
y habiendo apenas aprendido a escribir,
sentí una vez una intensa emoción y tracé unas
cuantas palabras semirrimadas,
pero extrañas a mí,
diferentes del lenguaje diario.
Las puse en limpio en un papel,
preso de una ansiedad profunda,
de un sentimiento hasta entonces desconocido,
especie de angustia y tristeza...
Era un poema dedicado a mi madre,
es decir, a la que conocí como tal,
a la angelical madrastra cuya suave sombra
protegió toda la infancia.
Completamente incapaz de juzgar mi primera producción,
se la llevé a mis padres.
Ellos estaban en el comedor,
sumergidos en esas conversaciones en voz baja
que dividen más que un río el mundo de los niños
y el de los adultos.
Les alargué el papel con las líneas,
tembloroso aún con la primera visita de la inspiración.
Mi padre, distraídamente,
lo tomó en sus manos, lo leyó,
me lo devolvió diciéndome:
-¿De dónde lo copiaste?.
Y siguió conversando en voz baja con mi madre
de sus importantes y remotos asuntos...
Entre morir y no morir
me decidí por la guitarra
y en esta intensa profesión
mi corazón no tiene tregua,
porque donde menos me esperan
yo llegaré con mi equipaje
a cosechar el primer vino
en los sombreros del otoño..."