En esos años, casi por obra de Dios, yo había conocido a alguien que llegó para quedarse aunque se fue un millón de veces. Éramos parecidos, tanto… Pero la vida suele ser como una lágrima y, contra los vientos, el infinito desplegó su palidez de madreperla. Yo tuve que ocuparme de mi familia y él de la suya. Lejos… muy lejos… donde desciende el sol y se cierra el libro de los prodigios. Sus páginas ya no eran flores de ciruelo sino imágenes hilvanadas con plumas y piel, con crepúsculos. (fragmento)
El libro de los recuerdos, de Luján Fraix