VOLVER AL PRESENTE
“Después de haber estado en la guerra,
ella sólo termina cuando la persona muere.”
Emilio Torres no podía volver a nacer pero quería abandonar ese terreno árido. Pensaba que tenía que atravesar un túnel de víctimas, mojado con los pies inflamados, e ignorar el dolor. Sabía que primero debía ponerse a salvo de los adversarios cotidianos: los grandes simuladores. Pensaba en el tiempo que llegaba cargado de antagonismos y en las bengalas que veía en sus delirios de niño rotulado y con número.
Los espectros de sus compañeros con las piernas mutiladas hablaban despacio dentro de sí mismo porque todavía se veía rodeado de cuerpos envueltos en nylon negro. Su presente le decía que tenía que ponerse una máscara para salvaguardar su alma, inventar una locura para escapar de la demencia de no poder vivir.
Por la tarde, el ex soldado, con gran esfuerzo, salió a la vereda en la silla de ruedas. A unos metros, el quiosco de don Jacobo Álvarez tenía la luz prendida. Se acercó despacio. El comerciante gallego lo ayudó a entrar al negocio.
Don Jacobo vendía golosinas y artículos de almacén. Sobre una mesa había una pila de calendarios con imágenes: “Nuestra Señora del Luján”, “El Sagrado Corazón de Jesús”, “San Pedro”, “San Cayetano”…
Emilio le pidió a don Jacobo esas estampas y le dijo que le hiciera le favor de aproximarlo a la esquina de San Luis y Jujuy. El hombre se negó; no comprendía la decisión extrema de ese joven que conocía tanto. Emilio le rogó, casi en silencio, sólo con miradas, porque no podía exponer las razones de su determinación; sus tíos no merecían esa “vergüenza”. Él vivía al límite, lo sabía, pero igual sacaba fuerzas y entendía el sacrificio de Roberta y Laurentino cuando se hicieron cargo de un lisiado castigado por aquella cachetada intempestiva de la vida.
Emilio, solitario y azotado por ráfagas de aire, en una silla añosa con barrotes de anciano, trataba de vender las estampas. La gente lo miraba como quien ve a un marginado, sentían lástima pero lo golpeaban con esos ojos vacíos. Pasaban de largo. El frío penetraba en el cuerpo de Emilio y se le helaban las manos; recordaba “el pie de trinchera” de sus compañeros en el campo de batalla.
Pasó varios días vendiendo las figuras bíblicas mientras la gente lo ignoraba; se había convertido en un extranjero de su propia ciudad y en una persona que reclamaba derechos, planes de trabajo, indemnización…
Don Jacobo lo cruzó de vereda más de una vez para golpear las puertas de los vecinos fatigados por el descreimiento y la rutina; algunos no le abrían y otros lo discriminaban regalándole una moneda.
Emilio Torres no sabía cómo sobrevivir…
Ese día se levantó cansado. Estaba agotado por una congoja extraña. Fue hacia el comedor algo turbado por un sopor que lo confundía… Vio junto a la pared principal un artefacto que parecía ser una silla de ruedas.
¿Por qué ese tormentoso sillón se encontraba justamente allí? ¿Se estaba volviendo loco?
Emilio se vistió y salió a la calle pues en esa jornada daría su primera clase como maestro en la escuela Nº 134 “Charles Darwin”. Iba a hablar sobre “Patria y Moral”.
“¡Qué tema importante y comprometido!”, reflexionó y se sintió orgulloso de poder enfrentar ese desafío frente a los niños en proceso de formación. Debía darles un rumbo a cada una de esas vidas.
Por la avenida, lo detuvo nuevamente la imagen de la casa en penumbras y del fantasma que lo esperaba… a su regreso.
De pronto, vio una multitudinaria marcha que se dirigía a la Plaza de Mayo según los carteles.
-¡Por la nación , justicia…!- gritaba la gente enfervorizada por alguna causa noble que Emilio parecía ignorar.
Envuelto en ese tumulto de emociones, pensó que sería mejor seguirlos para saber de qué se trataba… Cuando estuvo en medio de la vorágine, en el preciso momento que el presente se transformaba en el futuro y el ayer en un espejismo, Emilio Torres ya no supo más quién era…
Luján Fraix
Cuento-Homenaje a los soldados de la Guerra de Malvinas.