Por ese tiempo llegó a Temuco
una señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo.
Era la nueva directora del liceo de niñas.
Venía de nuestra ciudad austral,
de las nieves de Magallanes.
Se llamaba Gabriela Mistral.
Yo la miraba pasar por las calles de mi pueblo con sus ropones talares
y le tenía miedo.
Pero, cuando me llevaron a visitarla la encontré buenamoza.
En su rostro tostado en que la sangre india
predominaba como un bello cántaro araucano,
sus dientes blanquísimos
se mostraban en una sonrisa plena y generosa
que iluminaba la habitación.
Yo era demasiado joven para ser su amigo
y demasiado tímido y ensimismado.
La vi muy pocas veces.
Lo bastante para que cada vez saliera
con algunos libros que me regalaba.
Eran siempre novelas rusas
que ella consideraba como lo más extraordinario
de la literatura mundial.
Puedo decir que Gabriela me embarcó
en una serie y terrible visión de los novelistas rusos
y que Tolstoi. Dostoievski, Chejov...
entraron en mi profunda predilección.
Siguen acompañándome.
Se llamaba Gabriela Mistral.
Esta vez dejadme
ser feliz,
nada ha pasado a nadie,
no estoy en parte alguna,
sucede solamente
que soy feliz,
por los cuatro costados
del corazón, andando,
durmiendo o escribiendo.
Qué voy a hacerle,
soy feliz...
Pablo Neruda.
***
Texto extraído de la revista "Proa"
fundada en 1922 por Jorge L. Borges,
Norah Borges, Macedonio Fernández, entre otros.