El carnaval era una tradición en el pueblo,
muchos se disfrazaban
para recorrer las calles.
Había máscaras y antifaces,
unos bellos otros no tanto...
Reinaba la alegría por aquellas épocas
donde se vivía el presente
y nadie pensaba
en la finitud de la vida.
Siempre me gustaron las flores...
El traje lo había estrenado
en un acto escolar y lo guardaba como un tesoro.
Era amarillo y blanco, con tules
y lentejuelas chiquitas.
Evidentemente, iba disfrazada de margarita
en aquella carroza real
que ya tenía una princesa de larga cabellera
y ojos azul mar.
Participé del carnaval
en aquel verano de 1970.
La carroza se llamaba
"El Pimpollo"
y yo iba vestida de flor.
Entre luces y sombras,
las máscaras mostraban el artificio
de lo efímero.
A mí
no me gustaba mucho el carnaval;
me parecía algo violento y desenfrenado
cuando querían arruinar
mis mejillas empolvadas.
Yo no jugaba, sólo miraba;
solía hacerlo pero en las veredas de mi casa.
Por aquellas callejas
pobladas de lucernas,
parecía muñeca de cera,
no quería que nadie me tocara...
Luján Fraix