Rosaura Waner fue una persona que no supo entender la vida. Se entregó a los demás en un ir y venir de situaciones divididas. Amó a su madre Magdalena quien cercenó, desde niña, sus deseos más queridos; la obligó a ser una mujer y a llevar sobre sí las cargas de un adulto. No disfrutó de los momentos por hallarse inmersa en un pasado que le dejó secuelas hondas: la muerte temprana de Magdalena y la de su hermano Juan José de treinta y cinco años.
Rosaura vivió para el dolor, para llorar de la mañana a la noche a sus muertos, para velar por su hermano menor, Rubén, hasta el último día. A María, su hija, la cuidó como un tesoro que le costó mucho concebir. Sintió terror por su salud porque conocía de memoria el sabor de las ausencias; ahogó su juventud con reclamos absurdos y extendió la doctrina de su madre hasta el final de su historia.
Según sus propias palabras amó a un Dios que le arrebató la vida.
¿Puede una mujer vivir para los demás solamente para ser querida, quedarse detenida en el pasado llorando a sus muertos e ignorar, de alguna manera, a su esposo e hija?
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